Conocí a Ada López en el contexto de la SEPTG (Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo), el foro más activo y estimulante en los años 70 para quienes nos dedicábamos a la terapia grupal. Nos hicimos amigos en alguno de aquellos congresos anuales que tenían la ventaja de ser un lugar de encuentro de profesionales de diversas orientaciones teóricas, aunque predominaban los psicoanalistas que habían sido los responsables de esa iniciativa.

Ada se había formado en Psicodrama con Pablo Población, uno de los maestros más reconocidos en esta disciplina, y estaba colaborando con su equipo. Entre nosotros fue primero la amistad y después la asociación profesional.
Su carácter alegre y generoso, su vocación por el desarrollo personal y su enorme capacidad de trabajo nos acercó, consolidando una relación que siempre mantuvimos aunque cambiara la frecuencia.

Los años ochenta fueron una eclosión creativa en el mundo de las terapias humanistas paralela a la eclosión creativa de la movida madrileña. Y aquello lo vivimos juntos. Ada fue quien más me apoyó para refundar CIPARH después de la época de Ignacio Martín Poyo y sin su soporte y entusiasmo no se hubiera puesto en pie aquella segunda vida de un centro que había sido pionero en Madrid pero que necesitaba una urgente transfusión de sangre nueva.

Ada fue haciendo su integración de psicodrama y Gestalt (participó en la primera promoción de formación de la Asociación Española de Terapia Gestalt, AETG, Barcelona, 1983-1985) y decantándose por la consulta individual y grupal en aquel nuevo CIPARH donde también estaban Alicia Juárez y Gabriel Aboud. El equipo fue cambiando, cada vez con una filosofía y actitud más eminentemente gestálticas. Se fueron los primeros, vinieron Agueda Segado, Enrique de Diego, Dalia Plaza, Annie Chevreux, Tesa Rubio, Pedro de Casso…y Ada y yo seguimos colaborando en terapias de pareja, de familia y de grupo. Nunca tuve mejor coterapeuta: nos entendíamos sin palabras, con un cruce de miradas, y con una enorme fluidez para el cambio de roles (uno confrontaba y el otro apoyaba o viceversa, nos intercambiábamos con facilidad las funciones paternas o maternas, “entendíamos” el trabajo del otro…) lo cual no deja de ser una bendición en la compleja relación que significa hacer coterapia.

El vínculo fue debilitándose por desgaste, por evoluciones personales diferentes y por mi compromiso con el trabajo de Claudio Naranjo en su escuela SAT. Finalmente decidimos separar nuestros caminos, yo permanecí en CIPARH con el equipo que se ha mantenido todos estos años y Ada creó su centro Ananda. A pesar del alejamiento, la relación se mantuvo aunque perdió el fulgor de los primeros años. Siempre recordamos (y así nos lo decíamos cuando nos encontrábamos) aquella época de crecimiento profesional donde nos ayudamos a ser mejores y más sólidos, el apoyo incondicional para correr riesgos y, sobre todo, lo mucho que nos reímos. Su enfermedad propició el reencuentro y para mí fue un ejemplo de serenidad, de confianza en la vida y de entrega sin resistencias a la muerte.

Por los viejos tiempos, por la memoria de CIPARH, por los años heroicos y por la amistad imperecedera, vaya este homenaje personal a mi colega Ada López.

Paco Peñarrubia.